En estos momentos y solo han pasado pocos días, no puedo asegurar a quien besé primero, a quien abracé. Solo sé, que por esperado, no duele menos.
Cuando entre en la habitación estaba acostado en la cama, parecía dormido.
En ese momento, aunque me lo habían comunicado por teléfono, esperaba verlo como siempre, despierto, sonriente. Me senté en la cama a su lado, llorando con un llanto nervioso, entrecortado, su cuerpo, aún caliente. Era la primera vez que lo veía tan serio, la primera vez que no me miraba con cariño. Estuve un rato pensando, no se va a despertar más. Me preguntaba; los besos que le día ayer por la tarde, al despedirme ¿fueron sinceros?. ¿Le transmití todo el amor, que ahora siento, cuando ya no lo va a sentir?, ¿lo apreté suficientemente, cuando lo abrazaba al irme?, ¿le escuchaba con atención cuando me hablaba?, cientos de preguntas se agolpaban en mi cerebro.
Pensaba, como un niño, ¿cómo se ha podido ir, sin darme un beso?. Le agarré sus manos, necesitaba sentir el tacto de su piel.
Curiosamente, cuando cerraron la tapa, mi dolor no creció. En ese momento, desde hacía una hora, yo, ejercía de padre amantísimo, lo llevaba con todo el mimo y cuidado, pensé, en el tanatorio estaría mejor.
Detrás de un gran cristal, nos dispusimos a pasar las horas en su compañía.
Cada pocos minutos, me acercaba al cristal, no quería que se sintiera solo, lo miraba, me seguía pareciendo dormido, incluso alguna vez, me pareció que movía las pestañas. El desfile de amigos, familiares y conocidos fue interminable. En el cementero, andaba detrás del coche. Cuantas veces había recorrido ese camino con él, pero esta vez él iba delante, en el coche. El no sabrá lo duro que ha sido para mí no poderle dar un abrazo y despedirlo en la puerta de casa, cuando aún vivía.
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